sábado, abril 21, 2007

"Malditas sean las guerras y los canallas que las apoyan": Julio Anguita González



Sólo tuve la ocasión de hablar personalmente unos minutos bajo el agradable y ruidoso amparo de una caseta de feria, en una de las primeras celebraciones de la Feria de Nuestra Señora de la Salud en el Recinto del Arenal.


Yo era muy jovencito cuando vi por primera vez su imagen en los carteles que le promocionaban como candidato a Alcalde de mi ciudad, en las primeras elecciones democráticas en nuestro país tras la Guerra Civil, allá por 1.979, creo que entonces estaba acabando EGB. Aunque ya, y a pesar de ser tan jóvenes mis amigos y yo, hablábamos de política, a pesar de estar en un colegio Franciscano, que (suerte la nuestra) no era ni de lejos lo más represivo en esa época en Córdoba en cuanto a Colegios Religiosos. Recuerdo que estábamos en nuestro punto de encuentro habitual: el buzón de correos, donde empezábamos a fumar los primeros pitillos, y a mirar las faldas de las chicas. Un vehículo, creo recordar que era un SIMCA 1000 (no era por supuesto el de la canción de Los Inhumanos, o al menos no sus ocupantes no eran los protagonistas de la canción…, bromas aparte) el que llevaba unos megáfonos en el techo del vehículo, y junto a ellos, un cartel con el retrato de quien luego sería el primer alcalde de esta. Me acuerdo que me dijo mi amigo Paco: “dicen que va a ganar”. Yo le dije: “estaría bien”, aunque interiormente fui más explícito en mis deseos: “ojalá”, pensé. Y ganó, vaya que gano, no sólo la Alcaldía, creo que durante muchos años se ganó a la ciudadanía, algo que hoy me resultaría difícil de creer porque creo que la política, la buena, la del consenso, la del diálogo, la de políticos y políticas altruistas, “por amor al arte” (creo que van quedando pocos y pocas, y son los que nos hacen falta). Se ganó hasta el, no diría ya respeto y simpatía de mi abuelita querida, una mujer educada en una familia de Guardias Civiles, religiosa donde las hubiese, pero con un corazón más grande que la casa donde vivía y con un sentido excepcional de la justicia, del amor al prójimo, de la igualdad entre los hombres, y de la lucha por la mujer de tomar lo que por naturaleza humana le correspondía: un lugar justo, equilibrado, “igual” en una sociedad dominada absolutamente por el hombre. Y no sólo fue respeto y simpatía lo que D. Julio se ganó de mi abuelita: se ganó su cariño, y se ganó el creer en él, abandonando los viejos mitos de que los Comunistas eran seres despreciables, con cuernos y rabo, que mataban casi por placer a aquellos que por su profesión custodian los cepillos de las Iglesias.


Desde niños, en muchas ocasiones cuando salíamos del colegio, veíamos a unos señores que lloviese o el solo fuese de justicia (que en Córdoba lo es) que entregaban periódicos en una esquina, bajo un balcón. Nosotros, como niños, y con nuestros enredos y travesuras, les hacíamos compañía mientras ellos se dirigían a quien pasaba diciéndoles: “¿Les interesa el mundo?”. Y nosotros sacábamos rápidamente el chiste, pero ellos jamás se molestaban con nosotros, ni nos daban un cogotazo para que nos fuésemos. Sólo reían, y a veces, hasta parecían agradecer nuestra compañía. El mundo que ofrecían era un mundo clandestino, perseguido, amordazado, torturado, que retornaba ya y estaba cercano como el emigrante que venía de París camino de La Junquera; se acerca de nuevo como un rojo amanecer, impregnado de lo que nunca se debió expulsar del país y del corazón de quienes vivían en la piel de toro, la democracia. El mundo que ofrecían era ni más ni menos que “El Mundo Obrero”. Lo ofrecían hasta que tenían que hacer uso de sus facultades físicas al ver aparecer un Land Rover gris. Se nos acabó la diversión con nuestros amigos ese día. Éramos tan solo niños; hasta mañana se nos acabo la diversión, sin saber que no sólo eran nuestros amigos adultos de la esquina, sino que eran, serían y son compañeros/as.


Aquel día de Feria en el Mayo Cordobés pude cruzar unos minutos de palabras con ese señor de barba afilada, estreché su mano. Me pareció un hombre serio, pero cercano en el trato, que todo lo que hablaba, hasta con lo más banal intentaba hacerlo de un modo reflexivo, casi filosófico. Le acompañaba una mujer que tuvimos (Rosa y yo) la ocasión de conocer en Fuengirola, a ella, a su marido, a sus hijos, y hasta el abuelo, con quien conversé mucho rato, yo al sol y el bajo la sombrilla. Una familia sencilla y entrañable. Ella, compañera de Magisterio de Julio Anguita fue quien me lo presentó. Tras despedirme de él, volví con los amigos y amigas a la barra de la caseta. Vi que Rosa y otra amiga hablaban con él, y vi que les sonrió (a mi no, por eso de ser un chico, supongo, y porque cumplía tal vez el mito de que era un hombre que le gustaba galantear y que lo hacía bien), y recuerdo las primeras frases de ella, de Rosa, al volver: “Que ojos tiene, que interesantes; te los clava, y no se corta un pelo el Alcalde” y comenzó a reír.


Cuando abandonó la política municipal en Córdoba tal vez no compartía tanto ciertos posicionamientos con él, pero fuese como fuese, siempre lo vi un hombre de principios, de los que sobre ciertas cosas no mienten. Y esos son los imprescindibles, decía Bertolt Brecht.

Creo que durante mucho tiempo hizo cosas como nadie en esta ciudad; evidentemente, tendría sus detractores, pero estos, puedo asegurar que no se encontraban en las barriadas de córdoba, tan abandonadas durante el régimen anterior. Y me resulta curioso ver como gente que es excesivamente tradicionalista, al hablar de Anguita hablan con tanto cariño por lo que supuso para esta ciudad. Incluso estos mismos le apoyaron cuando el Sr. Obispo Infantes Florido vaticinó una supuesta "guerra santa", si se cedía el uso de las Mezquita-Catedral a la comunidad musulmana cordobesa, para sus ritos; ese tipo de "incultura" es el trauma que jamás ha superado la Iglesia Católica, por mucho que les gusten los pinchos morunos del famoso restaurante de "Juanito Mohamed", más de un obispo y un párroco aún no saben hacer la digestión de la mejor manera, que es primero disfrutar de la comida y luego, reposarla mientras aprendemos de los demás con un café (o un té moruno) en la mano. Pero ahí quien se empeña en llevar razón siempre, aunque esté muy equivocado. Así, se cumplió la máxima de que los Alcaldes y Alcaldesas, la política municipal, se gana con la cercanía del “día a día”, y eso, Anguita lo hizo como nadie, superando mayorías absolutas con más de un 70% del total de votos.

En un acto lleno de nostalgia por mi parte, creo que es justo recordar a alguien valiente, que luchó por equilibrar lo que estaba desequilibrado en esta ciudad. Como creo que también es justo recordar a aquellos “amigos míos de la niñez” que vendían un “mundo” que hoy, gracias a ellos, podemos disfrutar.






(No se modifican ciertas citas, por no perder el hiperenlace)


Julio Anguita González (Fuengirola, Málaga, 21 de noviembre de 1941) es un político comunista español. Fue alcalde de Córdoba entre 1979 y 1986 y coordinador general de Izquierda Unida entre 1989 y 1999.
Miembro de una familia de militares, se alejó de la tradición familiar al realizar estudios de Magisterio y, posteriormente, licenciarse en Historia en la
Universidad de Barcelona. Maestro de profesión, en el año 1972 se afilió al entonces clandestino Partido Comunista de España (PCE) y cinco años más tarde pertenecía ya al Comité Central del partido en Andalucía.
En
1979, fue elegido alcalde de Córdoba por mayoría clara, en las primeras elecciones municipales de la actual democracia. Allí destacó por su labor, en la primera capital de provincia gobernada por los comunistas desde la II República y tuvo que afrontar todas las reticencias que ello suponía. Su gestión contribuyó a la normalidad democrática y le valió el reconocimiento como dirigente dentro de su partido. Fue reelegido en 1983 y en 1986 renunció a presentarse de nuevo, al convertirse en candidato de Izquierda Unida a la Presidencia de la Junta de Andalucía. En estas elecciones, la coalición obtuvo el 17,91% de los votos y 19 escaños. En febrero de 1988 fue elegido secretario general del PCE y al año siguiente se puso al frente de Izquierda Unida, obteniendo su escaño en 1989 en el Congreso de los Diputados por Madrid.
Fue también elegido diputado y portavoz del grupo parlamentario de Izquierda Unida en el Congreso de los Diputados en
1993 y 1996, años en que Izquierda Unida obtuvo sus mejores resultados electorales. Defendió una línea política para Izquierda Unida basada en la teoría de las dos orillas (basado en el establecimiento de diferencias entre, de una parte, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, y de la otra, Izquierda Unida) y el sorpasso (según el cual Izquierda Unida debía aspirar a sobrepasar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda en España). Así mismo, afirmó que los acuerdos con el PSOE debían establecerse bajo acuerdos programáticos concretos, y nunca por sistema (concepción expresada en su conocido lema programa, programa, programa).

Después de un tercer problema cardiovascular, a finales de
1999, cedió la candidatura a la Presidencia del Gobierno de las elecciones del 2000 a Francisco Frutos alegando razones de salud (en una entrevista realizada en 2004 señaló que el principal motivo fue el descontento respecto a la línea política de IU. Así mismo fue relevado como secretario general del PCE por Francisco Frutos. En la VI Asamblea de Izquierda Unida, en octubre de ese año, fue sustituido en el cargo de Coordinador General por Gaspar Llamazares.
Bajo su liderazgo, Izquierda Unida definió sus contenidos políticos y alcanzó los mejores resultados electorales de su historia: unos éxitos que al final fueron empañados por el declive de la recta final de su mandato, caracterizada por continuos retrocesos electorales.
Su hijo Julio Anguita Parrado fue uno de los dos periodistas españoles muertos en Irak durante la invasión angloestadounidense de 2003, en su caso por fuego iraquí. Al conocer la noticia de su muerte durante un acto por la III República manifestó lo siguiente: "Ha sido un misil iraquí, pero es igual, lo único que puedo decir es que vendré en otra ocasión y seguiré combatiendo por la tercera república. Malditas sean las guerras y los canallas que las apoyan". Esta última frase sería utilizada por los manifestantes de las diferentes convocatorias en contra de la guerra de Irak.

Fuente: Wikipedia.org