lunes, mayo 28, 2007

SOY BOBO



Estoy enamorado de ti.


Y es que no puedo evitarlo, vida mía.


Esa voz que retorna como


el rio que se refugió entre


los bosques más densos


para aparecer de nuevo


en un campo sembrado de amapolas.


Esas frases, esas palabras


que dejas caer sobre mis ojos


cuando más en el fondo me encuentro,


levantan mis párpados con energía


llenan mis ojos de lágrimas azules


y vuelven a dar a mis manos


energía suficiente para sujetar de nuevo


la pluma y el papel. Y escribir, escribir.


Hacer un tímido homenaje al amor.



Soy un chiquillo, lo se.


cualquier esperanza tuya


colma los días de una semana,


y dibuja la esperanza al final del tunel.


Me acelero, me desdibujo,


tomo en mis manos pasaportes, pasajes,


toallas, perfumes, una radio de bolsillo.


Y tu fotografía, siempre tu fotografía.


Siempre conmigo.



Soy un niño y quiero seguir siendolo.


Tuyo, muy tuyo. Sólo tuyo.


Quiero que me duermas entre tu pecho,


quiero que me despeines como


tantas veces mis noches soñaron.


Quiero amanecer oliendo a tu cuerpo,


quiero ver como te enredas en mis sábanas.


No quiero que mis piernas se enreden


más a esta almohada desgastada.


No quiero más que despiertes


sin notar el soplo de mi boca


sobre tu negro pelo.



Quiero seguir siendo así,


un pueril sentimiento


que ama como un hombre.


Un hombre que te busca,


un hombre que te espera,


un hombre que como un niño bobo


te necesita tanto como el bebé


que reclama el pecho de su madre.


Quiero seguir siendo así,


un pueril sentimiento


envuelto en la piel de un hombre


que no sabe que hacer sin ti.


Que sólo vive para amarte.



Te quiero, mi niña. Te amo.



MIS AMIGOS: UNA HISTORIA REAL



En estos días pasados me encontré con una pareja de amigos a los que quiero con todo mi corazón; y les prometí que un día escribiría su bella historia de amor, de la que en parte yo fui testigo o espectador, como queráis.

Me apetecía contarla, y adornarla con ciertos matices, pero no alejándome en absoluto de lo que ellos han vivido, viven y vivirán: Una historia de amor verdadera.

Espero que os agrade. Allá voy.



Él era (es)un amigo mío de la infancia, de esos amigos de toda la vida, con los que has compartido todo (o casi todo): momentos felices, momentos duros (a veces muy duros), juergas y borracheras, horas y horas de estudio en la Universidad y un largo etcétera. En fin, casi media vida. Se llama Jean, y aunque es andaluz de pura cepa, su nombre fue un capricho de sus padres, por la afición hacia una novela de Víctor Hugo y al protagonista de la misma. Al fin y al cabo, tampoco era un nombre feo. Él si; bueno, más que feo era como se suele decir "de andar por casa"; en este caso, nos dábamos la mano, pues no sabría deciros cual de los dos amigos nos llevábamos el segundo premio de un concurso de feos, por ser tan feotes. No iba a ser solamente Jean el que se llevara los premios, así que me incluiré en la lista.

Jean era un chico extrovertido como pocos he conocido (aunque los que le conocemos bien sabemos que mucho de esa forma de ser era un mecanismo para luchar contra una timidez innata ¿curioso, verdad?). Si tuviera que definirlo con un perfil negativo, indudablemente diría que era cabezota como pocos he conocido, y a veces con cambios de humor muy bruscos, pero que duraban apenas 30 minutos. Pero mi amigo tenía también cosas dignas de elogio: en su juventud fue un estudiante mediocre, que poco a poco, y con tal de demostrarse a si mismo que podía ser mejor, y alternando trabajo y estudio se convirtió en un buen estudiante universitario. Un chico extremadamente sensible, el más fiel de los amigos, contestatario y rebelde, amante de la música, preocupado por los problemas del mundo, abanderado de la Justicia Social…un romántico de los de antaño. Aunque la imagen que siempre definiría a mi amigo sería su sonrisa, siempre a flor de piel, siempre.

Mi amigo Jean estaba pasando por una situación difícil, de esas del corazón, para las que no existe medicina. Yo conocía a un grupo de amigos y amigas que solíamos vernos en un Café donde eran habituales los conciertos de música de cantautor, exposiciones de fotografía, talleres de poesía, tertulias de sexo…En definitiva, un lugar donde acudía gente de muy diversas maneras de pensar, y de donde siempre se aprendía algo nuevo cada día. Y me pareció oportuno invitarle e integrarle en ese grupo.

Fue curioso como mi amigo Jean se integró rápidamente en este grupo. Hizo verdaderos amigos y amigas, de esos que la palabra "amistad" hay que escribirla con letras mayúsculas. Y la gente comenzó a apreciarle, a quererle, que era lo que Jean realmente necesitaba en esta etapa de su vida. Posiblemente en esto influyó mucho que Jean, por fin, abriera su corazón sin miedo, y entregara a los demás esas cosas bonita que todos y todas llevamos dentro. El era feliz en ese ambiente, aunque el asunto del "corazón" fuese otra historia.

En ese grupo siempre escuchaba hablar de una chica, Esperanza, y que desde hacía un tiempo llamó su atención, porque el se fijaba en detalles de ella que el resto de amigos y amigas no percibían. Pero nunca tuvo la suerte de coincidir con ella, aunque si sabía de su forma de ser en las tertulias, de cómo era con el resto de personas, de cómo ayudaba a los demás. Y eso a Jean le gusto, y comenzó a interesarse por ella. Más aún cuando (en esos chismes que siempre se dan entre los grupos de amigos) se enteró que ella sabía de él, y que también llamaba su atención. Pero curiosamente nunca coincidieron.

El Café al que acudíamos también lo usábamos a veces como "buzón" donde dejar recados para el resto de amigos. Como cuando dejas en la recepción de un hotel una nota para uno de sus clientes. Y Jean tuvo la idea de dejarle una nota a Esperanza, a la que ella contestó muy rápidamente, de una forma bonita, pero Jean entendió que en cierto modo era una forma de decirle "no estoy interesada". Y Jean comenzó olvidar esa incipiente ilusión por aquella chica, por aquello de no molestar e incluso de no volver a sufrir una vez más un desengaño.

El tiempo pasó. Los meses pasaron. El Café era menos visitado en las épocas estivales, pero Jean tenía tiempo suficiente como para seguir siendo un asiduo visitante del local. Participaba en las actividades que seguían realizándose allí, en el Café, y sin darse cuenta, extrañó muchísimo a Esperanza. Hacía tiempo que no sabía de ella; no escuchaba a la gente hablar de ella, ni tampoco veía participaciones suyas en los últimas semanas en las actividades que los amigos organizaban. Pero lo más curioso fue, que entre tantos amigos, Jean precisamente tuviera que echar de menos a Esperanza.

Yo si sabía que le había sucedido a Esperanza. Lo sabía perfectamente, pues éramos también amigos desde hacía tiempo y estaba al corriente de todo. Pero como Jean nunca me lo preguntó, yo tampoco quise darle explicaciones, porque sabría que le afectaría demasiado. Y ahora puedo decir que doy gracias a Dios por aquella circunstancia, porque esa situación cambiaría en un futuro no muy lejano el curso de la vida de mis dos amigos.

Un día de esos que nunca esperas que suceda algo y sucede, Jean se dirigió después de salir del trabajo al Café. Y como siempre, se pidió una Coca Cola (ni veces que le he regañado, porque bebe sólo agua y Coca Cola, pero en la segunda, se pasa a veces) y comenzó a leer el periódico, y las actividades que en el Café habían programado. Y vio que Esperanza aparecía en ellas. Después de tanto tiempo, volvía a saber de ella. Y Jean, no sin miedo he de reconocer, sintió el impulso de contactar de nuevo con ella. Y lo hizo mediante algo que el amaba profundamente, mediante la música y la poesía, dedicándole a ella unas canciones canarias y unos poemas de amor (alguno de cierto erotismo) en el Café, como hizo anteriormente para contactar con ella. Y lo más gracioso de esta bonita historia: ¡¡ Nunca se habían conocido personalmente, no conocían ni sus caras ¡¡.

Afortunadamente Jean recibió contestaciones. Muchas y variadas contestaciones, a cuales más bellas, pero Jean no dejó de pensar que aquello no era más que el comienzo de una buena amistad, algo sin más, aunque no impedía que él comenzara a sentirse feliz: por fin había conseguido acercarse a Esperanza.

Aquel día yo me encontraba en casa, muy atareado, cuando sonó el teléfono. Era Jean. Me dijo: "¿Juan, que estás haciendo? ¿Vas a venir esta noche al Café?"; "No Jean – le contesté – me va a ser imposible, pero no dejes de asistir hoy, que hay cosas interesantes allí". Charlamos un poco más, de cosas intrascendentes, y colgamos el teléfono. Sabía que en cierto modo Jean se molestó un poco conmigo, pero yo ese día tenía una "corazonada" y quería dejar a mi amigo sólo, que se valiese por si mismo. Y así lo hice.

Era por la noche. El Café, como siempre, estaba lleno. La gente había regresado de sus vacaciones, y la ciudad había ya tomado el ritmo habitual. Jean charló con algunos amigos, y después se sentó en un sillón del local, a escribir unas notas.

"Hola, ¿sabes quien soy?", escuchó Jean a sus espaldas. El sintió pánico en ese momento. En un 50 % porque fuera ella, y en otro 50 % porque no fuera, pero él en su interior tenía el presentimiento de que sería ella. El giró la cabeza, y como siempre sonriendo, la miró y le preguntó "¿Esperanza?". Ella comenzó a reír, y el cielo se abrió ante los ojos de Jean. Nunca pudo imaginarse ese momento, de esa manera. Y ante sus ojos se presentó la más bella imagen de mujer. Me lo imagino, nervioso y sonrojado, como le solía suceder.

Esperanza era una chica bellísima. Era morena, alta, con el cabello largo, la boca grande, los dientes blanquísimos, las mejillas sonrojadas, y una sonrisa capaz de tumbar a cualquier mortal. Y tenía una voz y una risa encantadora. Pero …sus ojos…..sus ojos fueron lo que enamorarían a Jean para siempre: eran unos ojos negros, grandes, con un brillo especial, preciosos, hablaban sin pronunciar palabra. Y Jean no pudo dejar de mirarlos sin pestañear en toda la noche.

Estuvieron toda la noche juntos, conociendo cosas el uno del otro. Y comenzó a surgir una bonita amistad, con mucha sinceridad, como dos personas adultas que eran. Al menos esas cosas eran las que ambos estaban sintiendo. Pero poco a poco todo se fue transformado. Charlaban de todo, de política, de cocina, de música, de poesía, de literatura, de Derecho, de sexo..Eran tantas las aficiones que compartían, que el tiempo que pasaban juntos, volaba.

Sus horarios de trabajo hacían difícil las formas de coincidir, pero ellos siempre inventaban alguna manera de estar en contacto. Se llamaban por teléfono, acudían al correo electrónico, o incluso alguna vez quedaron para tomar café en una gasolinera a la salida del trabajo de ella y a la hora de entrada al trabajo de él. Se veían en los lugares más inverosímiles, pero siempre conseguían lo poco que querían: estar juntos, al menos unos minutos. Ambos llevaban vidas muy ajetreadas, con muchos problemas, y eso también les fue uniendo un poco más. Y comenzaron a hablar de amor, en algo que posiblemente ninguno de los dos pensó en un principio.


Puedo deciros que he visto crecer muchos amores, pero como este….creo que pocos. Lucharon contra todo y contra todos, sólo por amor, por poder conseguir realizar sus sueños. Hasta que un día pronunciaron las frases mágicas : "cásate conmigo, ¿vale?" se dijeron. Y aquel día yo fui feliz, feliz por ellos, porque lo habían conseguido. Aquello que nació sólo como una amistad, de una forma tan misteriosa, sin conocerse, había llegado al más bonito de los finales. Aunque puedo decir que el más bonito de los finales no fue otro que la hija que tuvieron. Hace poco estuve jugando con ella, y cada vez que la miro, veo la belleza de su madre y la simpatía de su padre.
Y no os miento si os digo que siento la más sana de las envidias cuando a veces nos vemos, porque son felices y eso es el mejor regalo que se puede ofrecer a los ojos de un amigo: ver a sus amigos sentirse felices. Y envidio a mi mejor amigo, Jean, porque en cierto modo yo también me sentí siempre un poco enamorado de Esperanza. Pero eso os lo contaré otro día. Hoy no cabe más que este relato de amistad y de sentirme orgulloso de haber visto nacer con mis propios ojos algo tan hermoso como el amor de Jean y Esperanza. Un amor para siempre.



(A mis queridos amigos, Jean y Esperanza, por siempre felices)